Los distinguidos expositores plantearon allí su visión estratégica del Uruguay de dentro de dieciocho años, y propusieron las acciones que estimaron necesarias para alcanzarla.
Hubo acuerdo en que uno de los factores, probablemente el más importante, para lograr en 2030 el Uruguay que todos queremos, es mejorar sustancialmente la educación de nuestros niños y jóvenes.
Decidí escribir esta entrada de mi blog para comentar ese aspecto pero, estimado lector, le advierto que no espere encontrar aquí un sesudo análisis político, ni la opinión de un experto en alguna materia. Es tan sólo la opinión de un ciudadano de a pie que también entiende que es crítico para el bienestar futuro de nuesra nación que la educación sea la adecuada para desarrollarse en el mundo en el que estamos insertos.
Por deformación profesional, tendemos a encarar los problemas basados en un correcto diagnóstico y en los principios de la calidad.
Nos parece que el tema educación se debe un diagnóstico integral, serio y responsable, que abarque toda la complejidad del problema.
De nada sirve resolver los graves problemas edilicios de los centros educativos públicos, si luego no tenemos docentes calificados para llenarlos. Y de nada sirve tener docentes calificados, si no tenemos alumnos que concurran asiduamente a las clases. Y si tenemos el local, los docentes y los alumnos, pero los contenidos educativos no están alineados con las necesidades de los educandos para su desarrollo e inserción en la sociedad en la que viven, tampoco sirve de nada.
La primera tarea debería ser entonces llegar a un acuerdo educativo, pero un acuerdo del que surja cuántos locales necesitamos, en que lugares, de que características, cuantas horas docentes se dictarán, que perfil deben tener los docentes, cual será el contenido de esos programas.
Hoy se habló de enseñar menos historia y de que las ecuaciones de segundo grado podrían no ser imprescindibles para desarrollarse como una persona exitosa. Francamente, no me parece mal, si un correcto análisis previo comprueba que ello es así. Y, cuidado, no tergiversemos la idea. Estamos hablando de cambiar contenidos. No de achicar contenidos. Nadie habla de hacer más fácil el pasaje por la enseñanza primaria y secundaria. Hablamos de que el 100% del tiempo que el chico pasa en el aula, lo pase aprendiendo conceptos útiles, que el contenido de los programas sea motivador, para cada edad y realidad.
Quizá, ni siquiera fuera necesario que un chico aprobara todas las materias para poder acceder a la enseñanza terciaria. De pronto un sistema de créditos podría decir que un chico no podrá hacer tal carrera, pero si tal otra. ¿Por qué no?
Para tener una enseñanza de calidad, se deben conocer y aplicar los principios de la calidad. Los clientes en la enseñanza son, en primer lugar, los educandos. Por eso hablamos de que los contenidos, los horarios, los métodos, deben ser adaptados y apropiados para los chicos de hoy. En segundo lugar, la sociedad toda. Del trabajo de estos chicos de hoy, dependerá, entre otras cosas, la seguridad social del mañana. Ellos serán nuestros médicos, nuestros mecánicos, nuestros gobernantes. Debemos darles las herramientas necesarias para que lo logren.
Debe haber un liderazgo firme, capaz de operar estos cambios. Un liderazgo implica autoridades que sepan mantener el rumbo firme, con destino en la meta planteada, sin dejarse presionar por intereses sectoriales. Esto no es obstáculo para que todos los involucrados, educadores, educandos, sector empresarial, sean consultados y participen en la gestión y evaluación del sistema.
Debe encararse la educación como un proceso que comienza en los hogares desde el momento del nacimiento y donde el "producto" será un joven capacitado según sus aptitudes individuales y únicas, potenciadas por el sistema educativo. "Producto" además capaz de "reciclarse" y "reconvertirse" cada vez que sea necesario en un mundo cada vez más rápidamente cambiante.
Deben estar identificados todos los factores que interactúan con estos procesos, la alimentación, la financiación, el ingreso de las familias, el trabajo, etc.
Y debe existir una evaluación continua de los resultados y un sistema que se retroalimente para la mejora continua.
Tal vez todo esto suena demasiado "industrial" e impersonal. Pero no. Entendemos que sólo desde este enfoque lograremos promover y desarrollar a nuestros hijos. Y no hay nada más emocional y afectivo que esto. Estamos hablando además de que la enseñanza no sea una fábrica de personas que tienen todas los mismos conocimientos y con un alto porcentaje de descarte de aquellos que no pueden absorberlos en su totalidad, sino un sistema que potencia las aptitudes de cada uno.
Lo que sí puedo aceptarle, amigo lector, es que diga que es utópico. Para hacer las cosas de esta manera, se necesitan voluntades fuertes, vencer resistencias al cambio, poner el interés general por encima del individual, reasignar fondos, trabajar, trabajar y trabajar... Pero para recorrer un largo camino, nada mejor que comenzar dando el primer paso.
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